Vuelta al Cole

Vuelta al Cole

He vuelto a colarme en el cole. No en el de mis hijxs, que era al que asomaba la pantalla del ordenador para responder una entrevista a lxs chicxs de sexto con motivo del Día de las Familias, el pasado 15 de mayo. Me colé en el mío. La entrevista logró revolver una de esas partes del cerebro que duerme hasta que una pregunta, una mirada o cualquier cosa la despierta y descubres que la conservas intacta, a pesar de los años.

Fue muy interesante, me preguntaron quiénes conforman mi familia, qué la caracteriza, cómo nos organizamos en casa, qué es lo que más me gusta de ella y qué opino de la diversidad familiar. Hasta ahí lo que habían trabajado. Espero realmente que les resultaran interesantes mis respuesta, aunque, para mí, lo verdaderamente importante, lo que me emocionó (o removió) fue la parte no estructurada, cuando llegaron sus preguntas de verdad.

Cuando tenías nuestra edad, ¿pensabas que estaba bien que dos chicas se casaran?

¿Cómo se lo tomaron tus padres cuando supieron que tenías una pareja que era chica?

¿Cómo llevan tus hijxs tener dos madres?

 

Hicieron ¡zás!

Y,  de repente,  llegó el olor a libros,  la mochila del 93, el sonido de las voces en el patio, el roce de alguna postilla de la rodilla, regalo de algún salto fallido en el potro o de alguna carrera de relevos,  el frio de las rejas de debajo de la mesa, el chándal de tactel, las zapatillas con lengüeta gigante. Los dones y las doñas delante de los nombres de maestras y maestros, a los que sigues llamando así porque, si no,  suena raro, las hojas de cambiar, que bien hubiera cambiado, valga la redundancia,  por cualquier juego, porque mira que eran aburridas.

De repente, la imagen de una estufa de leña, verme sentada en la clase de 8º o en las escaleras de la entrada al edificio donde estaba la sala de “profesores” (las profesoras eran mayoría, pero la sala siempre se llamó así). Recordar la rueda de los verbos y las malditas servilletas de punto de cruz. Las churras y las merinas que se mezclaban en matemáticas junto a los cuadernillos. Los tres ave marías antes de arrancar, las ceras Manley para Plástica los viernes por la tarde, los cabos, los golfos y el Guadiana y sus afluentes por la izquierda, alguna victoria en edades tempranas, como el reparto equitativo del patio para jugar al futbol, que eso de que sólo jugasen los chicos era injusto.

También los miedos no permitidos, las dudas no preguntadas. O las respuestas no pedidas de lo que puede ser y no en la vida. Los insultos sufridos siempre por lxs mismxs, el temor de ser “carne de cañón”. El escudo protector con el que una se vistió para no ser diana y saber quiénes y porqué se quedaron en los márgenes.

Yo, con 12 años, jamás imaginé que dos chicas pudieran casarse. No pensaba que estaba bien. O quizá jamás pensé que pudiera ser.  Sí sabia que había cosas que me encantaban que “eran de chicos” y no estaba bien que yo hiciera,  sabia que de vez en cuando aparecía la palabra “marimacho” y no me gustaba nada, sabía que había chicos que “hacían cosas de chicas” y no se desprendieron de la palabra mariquita, en el mejor de los casos, en ningún momento. Eso les marcó la vida.

Eso nos marcó la vida.

Yo sabía que las chicas tenían novios y los chicos novias. Y eso viví. No me permití a mi misma ni un ápice de cuestionamiento. Ni en silencio lo cuestioné.

Viví lo que creía que quería vivir hasta ser un poco valiente y bastante grande. Hasta allí arrastré a gente, a la que querré toda mi vida, a quienes jamás quise dañar, pero fueron víctimas colaterales.

Ni en el cole, ni el instituto me permití reconocer quién de verdad fue mi primer amor. Eso lo hice demasiado tarde, cuando no quedaba ni espacio para el ordinal y  el amor ya había pasado.

Porque creo que la respuesta a la primera de las preguntas que hicieron los chicos y chicas de sexto es que eso de que se quisieran dos chicas, a su edad, me parecía mal.

La segunda respuesta está muy unida a la primera. A mi madre y a mi padre, y al resto de la familia, creo que les hubiera gustado que les pareciera bien, pero tampoco a ellxs nadie les había dicho que su hija podría enamorarse de otra mujer. Hubo que darse tiempo para reaprender. Y, mientras tanto, hubo de todo, pero juntxs hemos conseguido llegar hasta donde hoy estamos. Disfrutándonos, reconociéndonos y sintiendo que podemos ser como somos.  Y es perfecto.

Ojalá en el manual de instrucciones de las familias estuviera claro que lo imprescindible es permitir que todas las personas que componen una familia son valiosas desde su esencia, con cada una de las características que conforman sus identidades, también por lo que quizá no entendamos.

Siempre hay que reaprender.

Y cuando llegamos a la duda sobre mis hijxs la respuesta es futuro.

Después de unos días de reposo, sólo me atrevo a decir que ojalá que las ventanas que abrimos a los coles, a los de nuestrxs hijxs y también a los nuestrxs, nos sirvan para dar aire a quienes no lo tuvieron, dejando siempre abiertas las puertas para que, quienes lleguen detrás, puedan volar libres.

El día 15 de mayo se celebraba el Día Internacional de las Familias, presentando a la mía EN MI COLEGIO he sentido que ha valido la pena llegar hasta aquí, aunque hubiera estado bien que no costase tanto.

He tenido suerte por poder hacerlo en compañía de la gente que quiero, no siempre fue fácil y no para todxs es así, por lo que debemos seguir creando caminos.

Respondiendo de la forma más honesta pude a las chicas y chicos de sexto, comprendí que para que mi hija o mi hijo, para que quienes hoy están viviendo sus primeros años no sientan un pellizco en el estómago cuando vayan a su cole y les pregunten cosas como las que me preguntaron a mí, tenemos que poner lo mejor de nosotras y nosotros mismos y sacar de las escuelas los prejuicios y el estigma.

Tenemos que desprendernos de la lgbtifobia y también del racismo, del machismo, del odio hacia lo que consideramos diferente, del rechazo hacia lo minoritario.

Es imprescindible que las escuelas sean espacios seguros, donde todas las familias, todas las criaturas, todas sus capacidades, sus formas y modos de expresarse y vivir, tengan hueco y reconocimiento.

TODAS.

Y la conclusión a la que llego es que, quizá, lo único que necesitamos es dejar de  ocultar la diversidad para aprender a valorarla y VIVIRLA

 

 

Fdo. Silvia Tostado Calvo

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