Y se paró el tiempo…

Y se paró el tiempo…

Y se paró el tiempo y me pilló en medio de la contienda, me pilló en territorio enemigo, fuego a la vista…era mi casa…

Se paró el tiempo y pude apropiarme de víveres, de papel higiénico, tareas a montones, cuentas, ecuaciones…filosofía, Marx, Nietzsche…historia, Isabel II, la Restauración…el ciclo de la célula, lípidos, glúcidos, mitocondrias, trigonometría…Casi me aplastan los contenidos o mejor aún, igual se convierten en mi bombona de oxígeno.

Se paró el tiempo, bajo la escalera después de hablar con mi novia y me encuentro a mi padre disparando consignas contra un gobierno que apoya cosas tan deleznables como el matrimonio homosexual, las mujeres trans, el orgullo…y todo eso que sólo trae al mundo aberraciones como el coronavirus.

Los músculos se paralizan, se me para el pulso, la mirada desafiante de quien debe protegerme ya me dice qué reproche vendrá detrás:

– “ Y a tí te parecerá muy bien, porque como estás enferma y te empeñas en decepcionarnos y en jodernos la vida…”

Esos son los efectos secundarios de este virus, esos daños colaterales que no se ven pero que se sienten, que no matan pero duelen, esa pandemia que permanece después del confinamiento, esa epidemia que se queda tras la alarma.

Ahora que se paró el tiempo quiero decirle a esa mirada desafiante, a esos ojos encendidos de rabia que hace años de su mano jugaba en el parque, que cuando enfermaba sus manos me calmaban, sus abrazos eran mi consuelo ante el llanto. La mirada de hoy, entonces, era serena, sus ojos un océano de quietud y paz, su presencia mi trinchera…Hoy que se paró el tiempo quiero preguntarle en qué momento se olvidó y soltó mis manos, cuándo nuestro hogar se volvió campo de batalla…cuando dejó de ser él para ser otro.

Los prejuicios, los sermones homófobos, las palabras que insultan, la discriminación mantenida. Necesito que se vayan. Que ese adoctrinamiento de domingo en las iglesias, de mandamientos mal entendidos, de preceptos soberanos deje de fomentar su ira y su sinrazón.   Que mire en lo más hondo y busque aquello que nos une, que desaprenda, que deje de esperar a quien nunca fui y salga al encuentro de quien siempre he sido. Que no espere a una hija que llevar al altar de “su iglesia” para casarse con Juan, Pedro o Manuel…, que invite a Marta a cenar, que la escuche, la conozca; que comparta mis sueños, la medicina, viajar, crecer… Y también mis miedos, la soledad, la exclusión, el abandono.

Necesito que quienes hace 18 años me desearon con todas sus fuerzas las utilicen ahora para dejarme ser, para dejarme sentir y para dejarme amar.

Se paró el tiempo y me dejaron sola en la contienda, el salón un campo de tiro, mi habitación la enfermería. Se paró el tiempo y ahora lucho en dos guerras. La de fuera y la de dentro que es la que más duele y para vencer en las dos necesito lo mismo: compañeros y compañeras de batalla.

La homofobia se puede curar para lo otro esperamos la vacuna.

Fdo: «Medellín»

 

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